Nos impresionó el escaso entendimiento que las personas que participan de las audiencias orales tienen respecto de las resoluciones y sobre lo que sucedia en las
audiencias. Los gestos de quienes participaban de estos actos eran por momentos
indisimulables: no entendían qué estaba pasando. A partir de allí, con una simple
repregunta sobre si habían comprendido cabalmente lo que estaba sucediendo, la jueza
comenzó a aclarar el lenguaje para explicar sus resoluciones, que, en concreto, implican
una orden sobre la vida de quienes tiene enfrente. Desde ese momento, todo fue una vertiginosa catarata de innovación sobre la forma de
comunicarnos. Advertimos que en los escritos que producíamos casi mecánicamente había
cuestiones que difícilmente podrían ser entendidas por un ciudadano de a pie. Empezamos a
realizar “test de claridad”, que consistían en mostrarles nuestros escritos y sentencias a
familiares y amigos y preguntarles sobre el objeto de lo que leyeron. Confirmamos que lo
que para nuestro ojo de empleados y empleadas judiciales era evidente para otros/otras era
inentendible, por más esfuerzo que le pusieran a su lectura. Decidimos tomar el toro por las
astas y nos propusimos que cada comunicación del juzgado pudiera ser entendida en su
primera lectura y sin necesidad de intermediarios.